No se puede ser más chic. Es un bar en lo alto de un edificio, en todo lo alto, en la azotea.
Es una planta casi entera, inmensa. Entrando hay un escenario, al lado sofás y sillones. Enfrente está la barra, y al fondo hay mesas con bancos para comer o cenar. Más al fondo hay una terraza con las vistas más impresionantes de la ciudad. Desde luego no parece un bar, es raro pero encantador.
Imposible no percatarse: está todo petado de rubias. Pero qué buenas que están. Se notan los años de bicicleta moldeando esos culitos perfectos.
Creo que me he enamorado; la camarera, también rubia, me trae loco con su carita de ángel. Parece tímida. Nada hubiera pasado si no hubiera sonreído como lo hizo cuando le pedí mi cerveza. Ahí me perdí. Joder, tengo que volver. No he visto nada tan bonito en mi vida. Todas están muy buenas, pero pocas sonríen como ella. Además, todos volvemos a los bares por una camarera, ¿no? Vamos, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Desde luego yo sí.
Tengo que volver, tengo que volver, tengo que volver...
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