La conocí nada más llegar a la ciudad, en casa de Julio, donde se había instalado meses antes. En cuanto la vi supe que estaba ante un carácter sin duda especial, con una personalidad muy marcada. Jess es preciosa y, a sus 24 primaveras intensamente vividas, ya lo ha escuchado veces suficientes para créerselo. Es menuda, pero no baja, y destaca su larga negra lisa cabellera, enalteciendo un rostro llamativo de por sí, de acuerdo a cánones universales. Fue verla y constatar su belleza, pero también desconfiar. Se movía con suma facilidad en la conversación, con la tranquilidad de quien sabe -o cree- que todos están de su lado de todos modos. Más allá de su agradable amabilidad al principio, tras un par de conversaciones con ella no tuve más remedio que ponerla en cuarentena: no me inspiran confianza las personas que en su amor propio incorporan una dosis incluso mayor de desprecio ajeno, las personas que basan su poder y su fuerza mayormente en su imagen.
Sin embargo, y pese a saber que ese derroche de energía que es Jess es un peligro potencial para cualquiera, comprendí también desde esa primera semana que Jess es muy similar a mi. Los mismos arrebatos de grandeza, la misma querencia por la palabra, la misma neura y flujo de pensamiento constante... y hasta la misma rabia si las cosas no salen como queremos, si las personas nos niegan nuestra razón. Es un cruel espejo; pero fue como si comprendiese que ella había aparecido en el cuento de mi vida con algún propósito claro, concreto: el narrador que estuviese diseñando mi historia tenía muy clara su necesaria venida.
Durante estos meses le he ido tomando cariño. Por horarios hemos coincidido mucho, a los dos nos gusta la compañía, y hablar y hablar. Por primera vez en mucho tiempo, tengo la posibilidad de no ser quien más habla. Me siento y escucho, muchas veces discutimos, pero nunca llega la sangre al río, pese a que muchas de sus ideas me parecen superficiales, directamente tragadas de una programación cultural hecha muy a posta y, al parecer, con grandes resultados. Son los puntos más calientes de nuestras discusiones. En el fondo yo creo que le jode que le discuta y que no le de la razón, porque, como ella misma ha dicho más de una vez "yo sé que todos los tíos me quieren follar", debe ser cuanto menos irritante que haya uno que, ni tenga ni quiera tener perspectiva de eso, y venga y te escupa a la cara que no, que por estar megabuena no tienes la razón siempre.
Sea como sea, no hay que negar que los dos somos suficientemente inteligentes para entender que nos conviene llevarnos bien; el vínculo con Julio hace casi inevitable que tengamos que soportarnos. Supongo que por ahí, ella ha tragado en alguna cosa conmigo. Desde luego yo he tragado en muchas. La tía se come la cabeza cada vez que Julio tarda un pelín más en volver del curro, es celosa hasta un punto inimaginable, y he tenido que tragarme sus rayadas y pajas mentales en más de una ocasión. Recuerdo que una vez le dije que me dejase en paz con el culebrón de ella y su novio, que yo había venido a vivir mi vida; y ella se calló, sorprendentemente.
Bien, pues el viernes, en la fiesta, debió saltar alguna tuerca dentro de su sistema. Lo lamento pero no suelo hacer demasiadas concesiones a la galería en mis comentarios, así que, al aparecer en la conversación el nombre de una de las ex de Julio, no quise hacer y no hice el más mínimo esfuerzo por mentir. Lo que se traduce como que hablé bien de la muchacha, porque es lo que pienso de ella. Y la conozco bien. Sin embargo a Jess no debió de gustarle mucho, porque saltó a la yugular y en 20 segundos no sé cuántos reproches me había gritado en la cara, con la mayor agresividad que jamás he visto en una mujer. Salí de casa de Carmen a fumarme un cigarro, con la intención de volver; pero ya no lo hice. Estaba fastidiado. Julio estaba en España y yo, en lugar de cuidarle a la chica, me peleaba con ella. De cojones. Decidí quitarle el candado a la bici y largarme a fumar, a olvidar y a dormir.
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