No ha sido lo único que me levanta un poco el ánimo. Después de una semana haciéndonos los indignados después de nuestro encontronazo en la fiesta de Carmen, Jess y yo hemos vuelto a hablarnos.
No soy de rabietas de este tipo, pero parece que ella sí, y, francamente: es lo último que sobre el papel podría esperar de cualquier chica bajo el radar de mi amigo Julio. Ni le pega ni lo entiendo, aunque tengo que decir que soy de una especie de supermanes altamente resistentes a la kryptonita. Me explico: el segundo día de conocer a Jess, en las superpobladas horas de conversación que ella sola se valía para llenar, dejó alguna perlita que se incrustó en mi subconsciente. Hablaba abiertamente de lo buena que estaba y de que todos los tíos se la querían follar. Obviamente de eso ya me había percatado, pero había algo que yo, personalmente, tenía bastante arraigado dentro: 1) Quien habla así, con tal desprecio y superioridad sobre los demás, es peligroso por definición. 2) Ese tipo de arrogancia, históricamente, ha aniquilado cualquier interés por mi parte hacia cualquier belleza física, por desmesurada que fuere.
Julio volvía esta semana de España, así que recibí un mensaje de Jess para quedar. Sin dejar en absoluto de lado su opinión, ni pedir perdón, tuvo la gracia y el arte de manejar la situación sin que pareciera que se disculpaba. De hecho no lo hizo. Sin embargo, cuando quedamos y hablamos, al minuto actuaba como si nada hubiese pasado. Quería, cómo no, darle una sorpresa a Julio a su vuelta, y me quería allí, con una super L de Superlemon -valga la redundancia- esperándole en su vuelta a la ciudad.
Para mi, Julio es como un hermano, así que estuve encantado con la idea. Nos comimos un bocata en la mini-feria que han montado en Dam por Semana Santa y nos fuimos a casa, reconciliados e ilusionados con la vuelta de mi amigo.
Sobre esos cimientos, no elegidos por elección consciente, construí mi relación con Jess. Al mismo tiempo empecé a notar entre tanta palabra dos cosas que, por suerte, sí me interesaban más: a) su extraña relación con el mundo de las energías y las coincidencias, así como su superdesarrollada intuición; y b) la pasión que desbordaba por conocer más y mejor y contentar a mi amigo Julio. A fin de cuentas era su chica, y yo pasaba mucho tiempo con ella, por lo que, ni quería ni debía dejar cerillas cerca de la gasolina.
Julio volvía esta semana de España, así que recibí un mensaje de Jess para quedar. Sin dejar en absoluto de lado su opinión, ni pedir perdón, tuvo la gracia y el arte de manejar la situación sin que pareciera que se disculpaba. De hecho no lo hizo. Sin embargo, cuando quedamos y hablamos, al minuto actuaba como si nada hubiese pasado. Quería, cómo no, darle una sorpresa a Julio a su vuelta, y me quería allí, con una super L de Superlemon -valga la redundancia- esperándole en su vuelta a la ciudad.
Para mi, Julio es como un hermano, así que estuve encantado con la idea. Nos comimos un bocata en la mini-feria que han montado en Dam por Semana Santa y nos fuimos a casa, reconciliados e ilusionados con la vuelta de mi amigo.
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