No había escrito nada, ni quiero, pero el día de los enamorados lo pasé mal recordando dónde y cómo estaba hace un anyo. La ciudad está llena de angelitos rubios por cada rincón, y los culitos perfectos que se ven sobre las bicis han hecho mi delirio por unos meses, pero tengo que empezar ya a salir más y conocer gente, porque la líbido a veces me domina. Como consecuencia directa de esto, he tomado dos decisiones importantes: hacer deporte y volver a retomar las prácticas de tantra que inicié en Madrid hace dos anyos.

El otro día me descubrí cayendo en pensamientos que me asustan, no quiero echar de menos ni el amor ni el sexo, aunque la carencia del último ya escuece a raudales. Trato de evitar el barrio rojo, porque si paso por las ventanas, aquellas esculturales figuras se me clavarán en las pupilas, tatuándome el deseo y encadenándolo a los cristales, condenándome al inevitable pecado. No soy putero, pero no podría evitar eternamente la insinuación femenina tan explícita. Y qué decir del neón, del rojo, la lencería reflectante.
Tenía que hacer algo con toda esa energía. La solución fácil, viviendo solo, hubiera sido correr las persianas, bajarme el pantalón y darme placer como un adolescente enrabietado con la inspiración de alguna diva del sexo, gentileza del videoservidor de porno gratuito de turno. Pero los descubrimientos que he hecho los últimos anyos me obligan a aprovechar las infinitas posibilidades energéticas del sexo.