Más allá de mi vida en la tienda ojeando transeúntes y mis paseos en bicicleta por los canales, observo crecer mi círculo social poco a poco. He pasado las navidades aquí, pero tengo que contar la que liamos en nochevieja.
Seríamos unos diez, no demasiados, pero el ambiente era genial. Estábamos en la casa de los chicos, Cristo, Julio, Frank con sus chicas y algún par de amigos más. Era nochevieja, había ganas. Yo acababa de llegar a la ciudad y eran mis primeras fiestas aquí, y esa energía que había traído aún se contagiaba lo bastante como para que, mezclada con el sentimiento navidenyo de quienes pasan las fiestas lejos de los suyos, explotara en maravilloso cóctel de jolgorio.
Cenamos en el salón, inmenso, y tomamos las uvas entre risas, cava y porros. Después subimos a la azotea a ver los fuegos. En Amsterdam se permiten los petardos sólo el día de nochevieja, por lo que todos los críos aprovechan para convertir la ciudad en una estridencia insoportable. De hecho, al pasar con la bici, es típico que te lancen a las ruedas algún explosivo, que provoca tu susto/sorpresa haciéndote mencionar a las madres de los revoltosos en no la mejor manera posible.
Los fuegos fueron la hostia, todo era lindo y todo era inmenso. Nos hicimos las fotos de rigor, que ahora estarán ahí para siempre. Poco a poco nos fuimos preparando para irnos al Pacific, la discoteca donde habíamos decidido pasar las primeras horas del nuevo anyo.
Jess era la chica de Julio, y en un mes ya habíamos hecho bastante buenas migas, lo que es fácil porque ambos somos de facilidad social. Es curiosa la historia de esta chica, sin duda. Le he cogido mucho carinyo muy rápido aunque juro que hay cosas de ella que sigo sin entender, aunque en eso me detendré otro día. La chica parece que comparte conmigo un pasado de experimentación con drogas, y antes de esa noche, ya habíamos planeado garantizarnos un rato divertido. Por supuesto yo ya tenía algunos contactos en la tienda, que me decían cómo, dónde y por cuánto conseguir cualquier droga no legal, pero fue sin embargo Jess quien finalmente consiguió los dos gramos de MDMA que nos mandarían al limbo esa noche.
Está muy reciente y sin embargo recuerdo poco y con poca claridad. Llegamos y nos quitamos los abrigos, y todo era excitación antes de entrar a la pista de la Pacific, una megadiscoteca inmensa que además estaba vestida para la ocasión, a reventar.
Durante la primera hora ya empecé a encontrarme bien, y me di cuenta entonces de que la cerveza que me había traído Jess estaba alinyada. Entendí entonces su pícara sonrisa al dármela. Notaba como un remolino de pulsaciones amorosas afloraban dentro de mi, y empecé a hablar sin ton ni son con todo el mundo, especialmente la chica venezolana que había venido a la cena con su novio, recién llegados a la ciudad e inicialmente acogidos por nuestra tropa. Supongo que era muy carinyosa, supongo que iba muy drogado. Jess debía haber puesto al menos medio gramo en aquella cerveza, el castanyazo que llevaba era de campeonato.
Abracé decenas de veces a Julio y a Jess, nos hicimos fotos superciegos, con unas risas que aún atruenan mis oídos, el mundo era inmortal, el momento lo era todo.
Lo pasamos genial, pero mis recuerdos se pierden ahí. Decidí ir al banyo, y por alguna extranya razón, tomé la opción más lejana, el servicio de la otra punta. Estando la discoteca como estaba, tuve que luchar a conciencia para llegar allí, peor aún en mi estado.
Para colmo, al llegar había una cola interminable, así que estando lo ciego que estaba, no hice mucho por evitar hablar en voz alta. En inglés, por supuesto. De repente, y me pareció que el tiempo volaba, a pesar de que no aguanta más y me estaba meando, me vi el primero en la cola, pero las puertas de los inodoros no se abrían, así que exclamé, con gracia pero mosqueo: "Hey, at least you could share your lines, motherfuckers!" (Eh, al menos podíais compartir vuestras rayas, hijoputas!"
En ese momento, y como si mi frase hubiera despertado al genio de la lámpara de Aladino, una de las puertas se abrío, y creedme cuando juro que pareció que lo hacía a cámara lenta. En el interior, un tipo me invitaba a entrar mientras sostenía una cartera con cocaína en su mano. No podía aguantar más, y me saqué la polla para mear, mientras él me preparaba una raya y me la acercaba a la nariz. Os juro que el alivio que sentí de mear y esnifar al mismo tiempo fue de lo mejor que había experimentado.
Salí del banyo y no recuerdo más, aunque me juran que casi me peleo con un holandés y que no paré de hablar con toda la discoteca.
Lo que sí recuerdo bien es que al tomar la bicicleta anduve como media hora en dirección contraria a mi casa, y al preguntar a un lugarenyo, me indicó que tenía que volver al revés media hora para llegar al centro. Así fue, aunque igual tardé una hora, y otra media de allí a mi casa. No sé ni cómo llegué, porque recuerdo hacer ochos constantemente sobre la bici.
La tarde siguiente, cuando fui a coger la bici para ir al súper, descubrí, sin mucho asombro, que la rueda delantera estaba totalmente pinchada.
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