jueves, 17 de enero de 2013

Amando los cielos

Nadie hubiera podido comprender con facilidad de dónde le venía esa extraña conexión con la naturaleza. Sus últimos meses en Madrid habían sido reveladores, y el vínculo no lo había perdido en la nueva ciudad.
Es por eso que entre tanto canuto, paseo a pie y en bicicleta, y quedadas en cofis con los colegas, siempre encontrase un momento oportuno para pararse y pasar unos minutos mirando, simplemente contemplando.

Descubrió así, por estar atento, por sorpresa, que los cielos de Amsterdam se pintan de paletas de colores tan vivos que parecen sacados del celuloide. Vio cielos morados y amarillos, fundirse con los tonos de azul de la noche, que caía en invierno antes de las cinco, y en su caída dejaba niveles distintos de oscuridad hasta tornarse negra. Se paraba y hacía fotos, que jamás reflejarían tanta belleza original, con su móvil de mala muerte. Pero se sentía feliz apreciando su nuevo sitio, los rincones de su nuevo hábitat.

En el fondo, de forma extraña, algo le hacía sentir que no se había equivocado con su decisión, que en la ciudad le esperaban grandes cosas, y que allí se haría mucho más grande.

No podía ni imaginar cuánta razón había en aquellos pensamientos.

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